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Historia

Nicanor Albarellos (1810-1891). Médico, historiador, guitarrista, político y masón

Pablo Young, Sergio C Verbanaz, Irma Costanzo, Manuel L Martí

Revista Fronteras en Medicina 2024;(04): 0292-0303 | DOI: 10.31954/RFEM/202404/0292-0303


Nicanor Benito Albarellos (1810-1891) nació en San Isidro y destacó como médico, docente, político y figura cultural. Estudió medicina en París con eminentes maestros como Claude Bernard y Mateo Orfila. Tras regresar a Buenos Aires en 1836, participó activamente en la vida social e intelectual, contribuyendo al periódico La Moda, símbolo de la Generación del ’37. Su postura opositora al régimen de Rosas lo llevó al exilio en Montevideo, donde contrajo matrimonio con Avelina Lavalleja. En 1850 revalidó su título médico en Buenos Aires, destacándose como docente y médico en el Hospital de Mujeres. Fue designado titular de la cátedra de Medicina Legal y Decano de la Facultad de Medicina. Durante las epidemias de cólera y fiebre amarilla, tuvo un rol crucial. En política, fue diputado, presidente de la Cámara y Constituyente. Participó como cirujano militar en la Guerra del Paraguay. En 1877, se casó nuevamente, a los 67 años, con Rosa Pusso. En los últimos años continuó como Académico Honorario. Falleció en 1891, dejando un legado como médico, músico e historiador.


Palabras clave: médico, músico, político, Historia de la Medicina.

Nicanor Benito Albarellos (1810-1891) was born in San Isidro and stood out as a physician, educator, politician, and cultural figure. He studied medicine in Paris under renowned masters such as Claude Bernard and Mateo Orfila. Upon returning to Buenos Aires in 1836, he actively participated in social and intellectual life, contributing to La Moda, a publication emblematic of the Generation of ‘37. His opposition to the Rosas regime led to his exile in Montevideo, where he married Avelina Lavalleja. In 1850, he revalidated his medical degree in Buenos Aires, excelling as a professor and physician at the Hospital de Mujeres. He was appointed chair of Forensic Medicine and served as Dean of the Faculty of Medicine. During the cholera and yellow fever epidemics, he played a crucial role. In politics, he served as a deputy, president of the Chamber, and constituent. He also participated as a military surgeon in the Paraguayan War. In 1877, at the age of 67, he remarried Rosa Pusso. In his later years, he continued as an Honorary Academic. He passed away in 1891, leaving a legacy as a physician, musician, and historian.


Keywords: physician, musician, politician, History of Medicine.


Los autores declaran no poseer conflictos de intereses.

Fuente de información Hospital Británico de Buenos Aires. Para solicitudes de reimpresión a Revista Fronteras en Medicina hacer click aquí.

Recibido 2024-06-06 | Aceptado 2024-08-15 | Publicado 2024-12-31


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Figura 1. Dr. Nicanor Albarellos.

Figura 2. Primera y segunda hoja del libro de actas de la Sociedad Argentina de Historia de la Medic...

Breve biografía

Nicanor Benito Albarellos Pueyrredón (Figura 1) nació en el año de la Revolución de Mayo en San Isidro y murió en Buenos Aires el 5 de febrero de 1891, a los 81 años. Su padre fue Ruperto Albarellos y Sáenz de Tejada, español nacido en 1779, en Viguera, Logroño, pueblo al que recuerda en “Memorias del año 1796”. De España fue a Lima, hasta que finalmente se estableció en Buenos Aires, en 1800; allí lucha contra los ingleses en 1806 y 1807, con su cuñado Juan Martín Mariano de Pueyrredón (1777-1850), como subteniente abanderado de la Primera Compañía de Castellanos Viejos, tercio de Vizcaínos. Fue Regidor del Cabildo y asistió al Cabildo Abierto del 22 de Mayo. Sin bien era partidario de los patriotas no votó por retirarse de la reunión1.

Ruperto fue un comerciante próspero y junto a Martín de Álzaga (1755-1812), Juan Parish Robertson (1792-1843) uno de los responsables de la llegada de los escoceses a Argentina, Tomás Manuel de Anchorena (1783-1847), Juan Larrea (1779-1847), Manuel Mariano Hipólito de Sarratea y Altolaguirre (1774-1849), y otros notables de la época, constituyeron una sociedad minera para la explotación del Cerro de Famatina, que contó con el apoyo de Juan Facundo Quiroga (1788-1835), pero no prosperó al contraponerse con un proyecto similar de Bernardino de la Trinidad González Rivadavia (1780-1845)2. Falleció en Buenos Aires el 27 de julio de 1853, a los 74 años.

Su madre fue Isabel María de los Ángeles Pueyrredón Dogan, hermana de Juan Martín, quien llegara a ser Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Nació en Buenos Aires el 2 de agosto de 1787 y casó con Ruperto Albarellos en 1804. El matrimonio tuvo 10 hijos: Florencia (1807), Nicanor Benito (1810), Celestina, Vicenta María Manuela (1817), Victoria, Carmen, Enrique, Rafael Domingo, Emilia y Ruperto Albarellos Pueyrredón. Isabel María de los Ángeles, falleció en Buenos Aires, el 2 de marzo de 1838 a los 50 años1.

Nicanor Albarellos fue enviado por sus padres a París para cursar estudios de Medicina, carrera que había elegido por vocación. Allí fue alumno de Claude Bernard (1813-1878), en Fisiología, Mateo Orfila (1787-1853) en Toxicología, Guillaume Dupuytren (1777-1835) en Cirugía, P. Cazeaux, en Partos, y Galieu, en Medicina Legal, entre otros grandes profesores franceses que constituían la avanzada de la medicina en el mundo.

En 1836 retorna a Buenos Aires y su quinta de Olivos se convierte en el centro de la vida social, con concurridas fiestas y bailes. En su viaje de ida a París conoce a José Esteban Echeverría Espinosa (1805-1851). Ambos estudiarán guitarra con el maestro Ezequiel Blanes, en París. Allí se encuentra con su tío Juan Martín y su primo hermano Prilidiano Paz Pueyrredón (1823-1870) famoso pintor, quienes residen en la ciudad a partir de 1835.

Entre noviembre de 1837 y abril de 1838, los días sábados aparece en Buenos Aires La Moda, Gacetín Semanal de Música, de Poesía, de Literatura, de Costumbres, más conocido por La Moda, bajo el influjo preponderante de Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y la colaboración de jóvenes de la generación que se llamará del ‘37, tales como Juan María Gutiérrez (1809-1878), Rafael J. Corvalán (1809-¿?), quien fue el editor responsable, Demetrio y Jacinto Rodríguez Peña, hijos de Nicolás Rodríguez Peña (1775-1853), Carlos Tejedor (1817-1903), Vicente Fidel López (1815-1903) hijo de Vicente López y Planes (1784-1856) autor en 1812 de la letra del Himno Nacional Argentino con música de Blas Parera i Moret (1776-1840) un año después; y el reciente médico Nicanor Albarellos3,4.

Como su título lo indica, la revista se ocupa de las cosas del momento, aunque se definió como un periódico literario sin intromisión en la política, con una pátina de frivolidad y superficialidad pero no de vulgaridad.

La pluma de Alberdi, bajo el seudónimo de “Figarillo” como recuerdo a Mariano José de Larra y Sánchez de Castro (1809-1837), ironiza con las costumbres de la ciudad, mediante una crítica punzante.

Albarellos colabora con la redacción y publica sus primeras piezas de música. A pesar de no inmiscuirse en política, el periódico no es del agrado del gobierno y es clausurado en abril de 1838. En 1839 formó parte de la conjuración contra Rosas, que terminó trágicamente en Dolores, y decidió exiliarse en Montevideo en 1840. En la Capital oriental desarrolla una activa vida social y se compromete en matrimonio con Avelina Lavalleja Monterroso, hija del General Jefe de los 33 Orientales, Juan Antonio Lavalleja (1784-1853), con la que tiene un hijo, Nicanor Benito Albarellos Lavalleja.

En 1849, finalmente, vuelve a Buenos Aires, bajo la protección del Dr. Lorenzo José Torres Agüero (1803-1880), y se presentó en la Facultad para revalidar su título de médico. Lo hace con su tesis sobre “Vicios de conformación de la pelvis, de los inconvenientes que presentan en el parto” y recibió el diploma de Doctor en Medicina, Cirugía y Partos, el 18 de abril de 1850. El 26 de mayo de 1852, el Rector Juan María Gutiérrez designó a Albarellos para dictar un curso de Física y Química Médica.

Comenzó su actividad profesional en el Hospital de Mujeres junto a sus colegas Teodoro Álvarez (1818-1889), considerado el “decano de los cirujanos argentinos”, Pedro Antonio Pardo Saravia (1829-1889) y Francisco Javier Muñiz (1795-1871). La Hermandad de la Santa Caridad fue fundada en 1727 por don Juan Alonso González, para enterrar a los muertos luego de una epidemia, siendo entonces autorizada por el Obispo y el Gobernador; luego se llamó Casa de Huérfanas para ser en 1775 hospital de Mujeres. En 1823 lo toma la Sociedad de Beneficencia cerrada luego de la batalla de Caseros. En 1859 pasó a ser administrado por las Hermanas de la Congregación del Huerto. En 1876 se trasladó al actual Hospital Rivadavia con 300 camas fundado el 28 de abril de 1887 por el Ministro del Interior Dr. Eduardo Faustino Wilde (1844-1913) y el Intendente Torcuato de Alvear (1868-1942). El viejo edificio fue demolido, sito en Esmeralda y Rivadavia, ahora Plaza Roberto Artl5.

La Cátedra de Medicina Legal de la Facultad de Medicina de la UBA fue suspendida durante el gobierno de Rosas y luego de la Batalla de Caseros el 15 de abril de 1852 fue Albarellos fue designado titular de la Cátedra de Medicina Legal, Patología General e Historia de la Medicina. Ha perdurado su nombre más como historiador médico que como médico legista. Renunció a la Cátedra el 25 de agosto de 1875. Al renunciar Albarellos asumió en 1875 a los 31 años el Dr. Eduardo Wilde nacido en Tupiza (Bolivia) el 15 de junio de 1844 por exilio de sus padres del régimen rosista. Se graduó en 1870 con la tesis doctoral sobre “El hipo”. Asumió como Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública en 1882 durante el Gobierno de Roca y bajo su dirección se dictaron dos leyes decisivas de la organización institucional del país: la ley 1420 de educación laica gratuita y obligatoria y la ley de matrimonio civil. En función de su cargo de profesor titular de Medicina legal proyectó la 1ª Ley Orgánica de los Tribunales de la Capital, la Colonia Penal de Tierra del Fuego y la cesión del “Hospital de Clínicas” a la Facultad de Medicina en 1883. El 25 de junio de 1890 renunció a la Cátedra y fue designado académico honorario y falleciendo en Bruselas como ministro plenipotenciario el 6 de septiembre de 19136.

La Academia Nacional de Medicina lo recibió en su seno en 1856, el 4 de agosto, en el Sitial N° 9, ocupado hoy por el Acad. Domingo L. Muscolo y que en la actualidad lleva el nombre de “Carlos E. Ottolenghi”. Fue presidente de esta Institución entre 1886 y 1887 a continuación de su amigo Pedro A. Pardo, siendo nombrado Académico Honorario el 19 de febrero de 18901.

En 1857 y 1863 fue elegido Diputado Nacional y luego Senador, identificado con el ideario de Bartolomé Mitre (1821-1906). Queda uno de sus discursos de 1857 en el que se refirió en forma negativa a Juan Manuel de Rosas (1793-1877), y a su gobierno durante la discusión de la ley de la legislatura de Buenos Aires que declaraba a Rosas “reo de lesa patria”. Dice el juicio sobre la figura y acción de Juan Manuel de Rosas quedara librado al fallo de la historia “… no conseguiremos que sea condenado como tirano, y sí, tal vez, que fuese en ella el más grande y glorioso de los argentinos... Juicios como éstos no deben dejarse a la historia. ¿Qué se dirá, qué se podrá decir, cuando se viere que la Inglaterra le ha devuelto sus cañones tomados en acción de guerra y saludado su pabellón sangriento y manchado con sangre inocente con la salva de 21 cañonazos? ¿Que la Francia misma que inició la cruzada en que figuraba el general Lavalle, trató con Rosas y saludó su pabellón con 21 cañonazos?... ¿Que el valiente general Brown, el héroe de la Marina de Guerra de la Independencia, era el almirante que defendió los derechos de Rosas? ¿Qué el general San Martín, el padre de las glorias argentinas, le hizo el homenaje más grandioso legándole su espada? ¿Se creerá dentro de 20 años, o 50, todo cuanto digamos contra el monstruo, si no lo marcamos con una sanción legislativa para que siquiera quede marcado por nosotros, voz del pueblo soberano? Se dirá que no ha sido un tirano; lejos de ello ha sido un grande hombre. ¡Ese monstruo, señor!!...” (extractado del Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de Buenos Aires, año 1857, sesión del 1º de julio)”.

Albarellos fue también Constituyente de la fallida Carta Magna de 1860. Llegó a ser Presidente de la Cámara de Diputados. Participó en 1866 en la guerra del Paraguay como miembro de la expedición médico militar que organizó Juan José Montes de Oca (1806-1876), organizó hospitales en Buenos Aires, prestó servicios como cirujano militar en el frente de combate y en la provincia de Corrientes.

En las epidemias de cólera de 1869, y de fiebre amarilla de 1871, tuvo una actuación de importancia. Fue Decano de la Facultad de Medicina, que lo atestigua su busto localizado en el salón de lo bustos de la Facultad de Medicina. En 1874 los estudios terciarios experimentaron una importante reforma: la Universidad se dividió en cinco Facultades, siendo una de ellas la de Ciencias Médicas. Quedó viudo de Avelina Lavalleja y, el 10 de noviembre de 1877, a los 67 años, contrajo enlace con Rosa Pusso González, una joven de 26 años, en una lucida ceremonia en la Iglesia del Pilar. En forma gradual sus facultades intelectuales fueron mermando y su joven mujer tuvo una ardua tarea para atenderlo de lo que entonces era diagnosticado como marasmo senil. Ésta fue la causa, seguramente, por la que pasó a Académico Honorario en 1890.

Falleció el 5 de febrero de 1891, a los 81 años. Había tenido en enfiteusis la estancia “La Ballena” ubicada sobre la margen derecha del Arroyo Cristiano Muerto y a cinco leguas del mar, en la Provincia de Buenos Aires.

Albarellos y la Historia
de la Medicina

La enseñanza universitaria de la Historia de la Medicina en la Argentina reconoce su punto de partida en 1852 con la creación en la Universidad de Buenos Aires, de la Cátedra de Medicina Legal, Anatomía Patológica e Historia de la Medicina, ejercida por Albarellos.

Escribe una obra sobre la Historia de la Medicina en Buenos Aires, que lo convierte en el primer historiador de la Medicina argentina, junto a su contemporáneo y amigo Pedro Mallo (1837-1899)7.

En su juventud frecuentó la librería de Marcos Sastre (1808-1887), adonde llegaban, hacia 1830, una gran cantidad de volúmenes literarios, políticos, filosóficos, sobre todo en lengua francesa. Allí intimó con Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría y Tejedor.

La actuación del Dr. Albarellos en el seno de la antigua Facultad fue provechosa para la dirección de la enseñanza, dada la experiencia que había adquirido durante sus estudios en París, que era en ese momento en centro médico de mayor prestigio mundial.

La pasión de Albarellos por la historia de la medicina aparece en forma episódica y circunstancial en los Apuntes históricos sobre la enseñanza de la medicina en Buenos Aires desde sus orígenes hasta la fecha que difundió la Revista Farmacéutica desde 1863 hasta 1865. Aníbal Ruiz Moreno (1907-1960) y Vicente Anibal Risolia (1893-1962), que compilaron estos apuntes, juzgan que prestan un valioso servicio al historiador, porque su actor ha tenido la posibilidad de recoger el recuerdo de los médicos sobrevivientes del período poscolonial, como Juan José Montes de Oca (1806-1876) considerado el primer gran cirujano de su país, Muñiz y José María Gómez de Fonseca (1799-1843).

Albarellos inició sus apuntes señalando la falta de una asistencia médica responsable en la época de la colonia y relata las gestiones para establecer el Protomedicato en Buenos Aires. Algunas de sus afirmaciones serían rectificadas posteriormente por el Dr. Pedro Mallo con nuevos documentos. Critica con ligereza la designación de Miguel Gorman (1749-1819) y Agustín Eusebio Fabre (1743-1820) como protomédicos. Describe brevemente al Instituto Médico Militar que sucedió al Protomedicato y al Tribunal de Medicina, transcribiendo los decretos que firman Rodríguez y Rivadavia sobre su estructura y funciones. También se refiere a la fundación de la Academia de Medicina, describiendo su reglamento. Los documentos que presenta y los comentarios que realiza sobre los primeros hospitales son de gran valor histórico, especialmente del Hospital de Mujeres, a cuyo personal médico perteneció cerca de cuarenta años8.

En 1875 partió hacia París y fue reemplazado por su suplente José Teodoro Baca (1831-1914), que en 1876 fue confirmado como profesor titular de la materia, siendo su adjunto Jakob de Tezanos Pinto (1845-1914).

A la publicación de Albarellos le sucede en 1868 la obra de Juan María Gutiérrez Noticias Históricas sobre el Origen y Desarrollo de la Enseñanza Pública Superior en Buenos Aires, con su capítulo dedicado a la medicina hasta 1823.

En la Universidad en 1880, y siguiendo la orientación hacia el desprecio del estudio de la historia científica prepositivista, la Historia de la Medicina desapareció del plan de estudios de la Carrera de Medicina. Recién en 1929 se dictará en la Universidad del Litoral.

Pero entre 1880 y 1929 fue cultivada por José María Ramos Mejía (1849-1914) con obras como Las neurosis de los hombres célebres de la historia argentina (dos volúmenes 1878 y 1882); o La locura en la historia” de 1895. José Ingenieros (1877-1925) escribió La locura en la Argentina en la que hace un esbozo de la enfermedad mental en nuestro medio; o Samuel Gaché La locura en Buenos Aires publicado en 1879, La enseñanza de la medicina en Buenos Aires de 1780 a 1891 y el Resumen Histórico (1801-1904). El libro Historia de la UBA de Norberto Piñeiro y Eduardo Bidau de 1888.

Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) en 1865 editó Vida y escritos del teniente coronel médico Francisco Javier Muñiz. El Dr. Pedro Mallo escribió Páginas de la historia de la medicina del Río de la Plata desde sus orígenes hasta 1822 que es uno de los hitos de la Historia de la Medicina.

De la voluminosa producción de José Penna (1855-1919) se destacan dos escritos: La Administración Sanitaria y la Asistencia Pública de la Ciudad de Buenos Aires de 1910. Más modesta es la tesis de Juan E. Milich Medicina Argentina ligero bosquejo histórico y evolución de la higiene en la República Argentina (1606-1910), presentada en 1911.

En 1925 aparece Historia de la Higiene en la República Argentina de Nicolás Lozano y Antonio Paitovi y al año siguiente el bibliotecario de la UBA Juan Túmburus da a conocer Síntesis Histórica de la Facultad de Medicina.

En 1927 Félix Garzón Maceda escribió La Historia de la Facultad de Ciencias Médicas en homenaje a la Facultad de Córdoba. Eliseo Cantón escribió Historia de la Medicina en el Río de la Plata y La Facultad de Medicina y sus Escuelas. En la década de 1930 vieron la luz Historia de la Cirugía Argentina de José Arce (1933); Historia del Protomedicato de Buenos Aires de Juan Ramón Beltrán (1937); y la Medicina Aborigen Americana de Ramón Pardal (1937). Luego muchos otros.

En la UBA, la cátedra e instituto de historia de la medicina fue inaugurada en 1936 a instancias de José Arce (1881-1968), siendo su primer titular Juan Ramón Beltrán (1894-1947). Se crea la Cátedra de Historia de la Medicina por sugerencia del Dr. Ramón Carrillo (1906-1956) que, en ese momento, era Profesor de Neurocirugía y Secretario de la recientemente creada Sociedad Argentina de Historia de la Medicina (Figura 2). Uno de sus catedráticos fue el Dr. Alfredo Kohn Loncarica (1945-2005) que el 1999 lo transforma en el Departamento de Humanismo9. En el marco del Ateneo de Historia de la Medicina de Buenos Aires que fuera fundado por Juan Ramón Beltrán en 1937, asociado a la cátedra, se creó un premio extraordinario que llevó el nombre de Nicanor Albarellos y fue otorgado por única en 1976 a Rosa C. Dálessio de Carnevale Bonino por el trabajo La enseñanza de la química médica en la escuela de medicina de Buenos Aires.

En nuestro país, los doctores Nicanor Albarellos, Pedro Mallo (1837-1899), Eliseo Cantón (1861-1931), Félix Garzón Maceda (1867-1940), Osvaldo Loudet (1889-1983), José Luis Molinari (1898-1971), Marcial Quiroga (1899-1993) y Aníbal Ruiz Moreno (1907-1961) entre otros realizaron valiosos aportes bibliográficos a la historia de la medicina7,10-12.

Pionero de estudios históricos médicos en nuestro país que publicó –entre 1863 y 1864- con el título de Apuntes históricos sobre la enseñanza de la Medicina en Buenos Aires. En 1857, fue electo diputado por la Legislatura de Buenos Aires; en 1869, fue convencional y dos años después ocupó una banca como diputado nacional11.

Albarellos y la Medicina

Era común en aquella época (siglo XIX y primera parte del XX) que los médicos argentinos se formen en el exterior. Así Kohn Loncarica contabilizó 89 médicos graduados fuera del país. Setenta y uno de ellos en Europa (24 en Francia), (20 en España), (11 en Alemania en las universidades de Jena, Friburgo, Heidelberg, Zurich, Marburgo, Frankfurt, Munich y Berlín), (9 en Italia en Génova, Pavía, Bolonia, Roma, Módena, Turín, Padua y Pisa)13. Cinco se recibieron en EE.UU. y 13 en Latinoamérica5.

Entre los 24 médicos que hicieron la carrera completa en París se encuentran Nicanor Albarellos, Alejandro Castro (1861-1902) quien se formó en ginecología con Octave Terrillon en la Salpêtrière, Luis Güemes (1856-1927) quien luego de hacer la carrera completa en la Universidad de Buenos Aires la hizo en la Universidad de París y tuvo de docentes a Charcot, Babinski, Bouchard, Potain, Farabeuf; Enrique Tornú (1865-1901) y otros 20 médicos13.

Otros se recibieron de médicos en la Universidad de Buenos Aires y se perfeccionaron en Francia como Pedro Mallo; Ignacio Pirovano (1844-1895) con Pasteur, Bernard, Péan, Nélaton, Richet, Broca y Lister; José María Ramos Mejía (1842-1914); Abel Ayerza (1867-1918) con Jaccoud, Tillaux, Péan y Potain; Ángel M. Centeno (1863-1925) con Widal, Chauffard, Grancher, Hutinel y Marfan; Domingo Cabred (1859-1929); Juan B. Señorans (1859-1933) con Laborde, Richet, Brown-Séquard, Vulpian, Édouard en París, con Shaefer y Halliburton en Londres, y con Mosso en Italia; Facundo Larguía (1852-1935) con Parrot, Gassicourt, Broca Potain, y Charcot; Francisco C. Arrillaga (1886-1950) en París, Londres, Berlín y Heidelberg; Daniel J. Cranwell (1870-1953) dos años en París, Viena y Berlín con Virchow; Juan A. Sánchez (1875-1953); Gregorio Araoz Alfaro (1870-1955) con Dieulafoy, Potain, Grancher y Virchow; Marcelino Issac del Carmen Herrera Vegas y Palacios (1870-1958) con Diulafoy y Murphy; José Arce; Mariano R. Castex (1886-1968) en Francia con Widal y en Alemania con Krehl y Kraus, y otros13.

El Dr. Albarellos a sido padrino de numerosas tesis de temas médicos en la Universidad de Buenos Aires a saber: Ernst Aberg en 1856 sobre Causas, Naturaleza y Tratamiento de la Gota; de D.P.M Petit en 1856 sobre Apreciación de los diferentes tratamientos del cáncer; Adolfo Señorans en 1857 sobre Diagnóstico diferencial de las hemorragias que se efectuan por la boca; de Manuel Arauz en 1857 sobre Hidrocele; José Teodoro Baca en 1860 sobre ¿Debe preferirse la provocación del aborto, en los casos de legítima indicación a las cruentas operaciones de la cirugía (sin fisiotomía y operación cesárea)?; de Juan B Galarce de 1860 sobre Pulmonía; de Domingo Salvarezza en 1866 sobre Tisis pulmonar; Ramón Videla en 1864 sobre Metritis crónica; de Ricardo Gutiérrez en 1868 sobre Supresión de los dolores del parto por medio del cloroformo; Bernardino Reparaz en 1871 sobre Quistes del ovario, su curación radical; José A. Ortiz Herrera en 1871 sobre Lactancia materna; Sidney Tamayo en 1872 sobre Comparación de la Escuela Francesa e Italiana en las medicaciones túnicas, evacuante y estupefaciente; Melitón Espinosa en 1874 sobre Del embarazo considerado bajo el punto de vista fisiológico y patológico; de Eduardo Ladislao Holmberg de 1880 sobre el fosfeno; Fernando Raffo en 1888 sobre Locura puerperal; Leónidas Carreño en 1888 sobre Estudio sobre la locura en los niños; y la de Ignacio Martínez en 1888 sobre Mal de Bright.

Albarellos y los orígenes
de la guitarra en Argentina

El siglo XIX se abre convulsionado y rebelde. Una clase social en ascenso, la burguesía, ha conquistado el poder en los países europeos. El pensamiento liberal, cuya influencia ya se había hecho sentir en las colonias americanas en el siglo anterior durante el reinado de Carlos III, es tomado por una intelectualidad criolla anticlerical y republicana que se pondrá a la cabeza de los procesos independistas antimonárquicos14.

Un escenario original se abre en la práctica musical. Por una parte, en la campaña la guitarra es el instrumento obligado de acompañamiento en las canciones que el criollo entona y de la música que baila, como el “Cielito” rioplatense. Por el otro, en la ciudad, es el Salón, lugar de reunión social en donde los jóvenes burgueses librepensadores, mezclados con conservadores monárquicos inquisidores, entre discusiones alrededor de Jean Jacques Rousseau (1712-1778) y François Marie Arouet (1694-1778), también hacen tiempo para escuchar y hacer música, con la guitarra en un papel destacado, al lado de otros instrumentos como el clavicordio.

Cielito, cielo y más cielo,

cielito siempre cantad,

que la alegría es del cielo,

del cielo es la libertad.

El cielo de las victorias

vamos al cielo, paisanos,

porque cantando el cielito

somos más americanos.

Esto es lo que cantan las voces populares rioplatenses, mientras en la vigüela, la guitarra criolla, las manos rudas del campesino travesean en sus cuerdas para seguir esos versos cargados de sentimientos, emociones y aspiraciones.

Bartolomé Hidalgo (1780-1822), uruguayo, es el autor de muchas de estas coplas patrióticas que tensaban los espíritus libertarios en la gesta emancipadora, otras son anónimas. En realidad, Hidalgo se inscribe en la memoria más como poeta que como músico, aunque su obra es una mezcla de ambas actitudes. El cielito era una forma danzante de gran auge por esos años, cuya estructura musical fue tomada por el bardo popular para hacer de ella la canción que reflejara sentimientos y acontecimientos del momento. Sus versos octosilábicos se adaptaban perfectamente a la frase musical. La temática, que abarcaba todos los hechos políticos y sociales de actualidad, hizo de él un fantástico medio de comunicación y propaganda de los ideales de la Revolución de Mayo argentina, a la manera de los juglares medioevales. Posteriormente servirá también como expresión de los bandos en pugna durante las guerras civiles entre federales y unitarios14.

La pulpería, lugar de reunión en la campaña, donde se vendían alimentos, ropa, y donde el paisano gastaba su magra paga en alguna bebida acompañado de amigos era el ámbito donde se pasaban los ratos de ocio, que al decir de algunos cronistas maliciosos no era poco. Nunca faltaba una guitarra, o una vigüela, dicho en el léxico popular. Aclaremos que no se trataba de la antigua vihuela española renacentista a la que se referían, sino a una guitarra algo más pequeña que la actual, con clavijas de madera, no mecánicas. Al son de esta guitarra se bailaban los cielitos, los cantantes relataban hazañas y sucedidos, y cuando se juntaban dos bardos o payadores se enfrentaban en un duelo verbal poético-musical, en la payada. Su base musical era la cifra que según Lázaro Flury (1909-2002), se deriva de la seguidilla española15.

Los antecedentes de la pulpería y el payador se remontan a la época de la colonia. Concolorcorvo, como se hace llamar Calixto Carlos Bustamante (1706-1783), en su libro “El Lazarillo de ciegos caminantes”, relato picaresco de un viaje de Montevideo a Lima, publicado en esta última ciudad en 1773, dice refiriéndose a la gente de la campaña rioplatense: “Se hacen de una guitarrita que aprenden a tocar muy mal y a cantar desentonadamente varias coplas, que estropean y muchas que sacan de su cabeza, que regularmente ruedan sobre amores. Se pasean a su albedrío por toda la campaña y pasan las semanas enteras tendidos sobre un cuero cantando y tocando”. Y también: “... al son de la mal acordada y destemplada guitarrita cantan y se echan unos a otros sus coplas, que más parecen pullas”. Esas coplas que “ruedan sobre amores”, van cambiando su intención por letras de tintes políticos a medida que el ambiente se insufla de ideas independentistas primero, y luego, con las guerras civiles entre unitarios y federales, será un modo de lucha más entre ambos sectores.

Es particularmente interesante la descripción que Sarmiento en el Facundo de este personaje típico de la campaña argentina asociándolo al paisaje de la “barbarie”, en esa contradicción que plantea con la “civilización”, como antítesis y tesis respectivamente en la vida socioeconómica de la Argentina decimonónica. Dicotomía entre el latifundio feudal y el mundo burgués capitalista de la ciudad. Dice así: “El gaucho cantor es el mismo bardo, el vate, el trovador de la Edad Media, que se mueve en la misma escena entre las luchas de las ciudades y del feudalismo de los campos, entre la vida que se va y la vida que se acerca. El Cantor anda de pago en pago, ‘de tapera en galpón’, cantando sus héroes de la pampa perseguidos por la justicia, los llantos de la viuda a quien los indios robaron sus hijos en un malón reciente...” Y más adelante: “El Cantor no tiene residencia fija; su morada está donde la noche lo sorprende; su fortuna, en sus versos y en su voz. Dondequiera que el cielito enreda sus parejas sin tasa; dondequiera que se apura una copa de vino, el cantor tiene su lugar preferente, su parte escogida en el festín. El gaucho argentino no bebe, si la música y los versos no lo excitan, y cada pulpería tiene su guitarra para poner en manos del cantor, a quien el grupo de caballos estacionados en la puerta anuncia a lo lejos dónde se necesita el concurso de su gaya ciencia”.

La resistencia contra los invasores ingleses primero, las guerras de la independencia después, y finalmente las guerras civiles entre unitarios y federales, nombres que adoptan los bandos alineados tras los intereses y los proyectos políticos encontrados mencionados antes, tuvieron resonancia apasionada entre estos gauchos portavoces del canto acompañados por la guitarra. Con los enfrentamientos entre las facciones se disparan rimas cargadas de consignas políticas. Así como a principios de siglo eran flechazos hirientes dirigidos contra el inglés o el godo, el español, luego es unitarios contra federales, federales contra unitarios. Entre aquellos de la primera época ya mencionamos a Bartolomé Hidalgo, entre los de esta última hay nombres que se transforman en míticos, como el de José Santos Vega (1755-1825) o José de Santos y Castro, cuya fama va de boca en boca hasta hacerse legendaria.

Hilario Ascasubi (1807-1875), poeta y militar, también él autor de cielitos y vidalas panfletarias acompañadas por su guitarra, recoge esa imagen en su poema Santos Vega o los mellizos de la flor, publicado en París en 1872. Otros poetas y escritores han tomado la leyenda hecha en torno a su nombre y su prestigio como payador, como Rafael Obligado (1851-1920), Bartolomé Mitre y Eduardo Gutiérrez (1851-1889). Se decía que en una fantástica payada solamente el mismo diablo había podido vencerlo. Otro personaje del cual sólo queda el recuerdo de su imagen a través de la leyenda tejida a su alrededor es Juan sin o poca ropa. Nacido a principios del siglo XIX, huérfano, fue criado por una esclava negra, aprendiendo a tocar la guitarra desde muy chico por las enseñanzas de un sacerdote de su barrio natal de San Telmo, en la ciudad de Buenos Aires. Se paseaba con su guitarra tocando y cantando estilos camperos, cielitos, vidalas y también un Minué Federal y un vals que llamaba “El Tambor de Palermo”, a veces hacía dúo con otro guitarrista y payador famoso de su época, Jerónimo Trillo (1829-1870). Llegó a ser muy estimado por Rosas, dueño del poder absoluto, que, premiando su apego a la causa federal, lo nombró director de la Banda, designándolo además para el grado de Tambor Mayor del Ejército Federal. En el caso de Trillo, su contacto con el genovés Esteban Massini (1788-1838), introductor de la guitarra clásica en el Plata, fue indudablemente provechosa. Arriba a Buenos Aires procedente de Europa en octubre de 1822. Massini tiene una destacada actuación en el ámbito musical de Buenos Aires, desde su llegada en 1822 hasta su muerte en 1838, formando una cantidad de discípulos (Esteban Echeverría, Nicanor Albarellos, Fernando Cruz Cordero, Juan del Campillo, José María Trillo y otros) que enriquecerán la vida musical porteña. Dejó varias composiciones, algunas con intervención de la guitarra. Su obra más importante para la guitarra es un Gran Rondó para guitarra y orquesta, pero esa partitura se ha extraviado. El 27 de Julio de ese mismo 1822 ocurre otro acontecimiento importante: se inaugura la Academia de Música, fundada por otro italiano llegado a Buenos Aires dos años antes, en abril de 1820, Virgilio Rabaglio (1786-1856), dibujante, pintor, arquitecto, músico, en síntesis “Profesor de Bellas Artes”, como él mismo gustaba llamarse. Dedicado a la docencia, dando lecciones de guitarra, violín, piano, canto, y también de dibujo, en su “Escuela de Música y Dibujo”, continuó en esta actividad durante muchos años. En el tercer concierto, realizado el sábado 17 de agosto, se incluye un Cuarteto de guitarra, de Carulli. Virgilio Rabaglio se nos presenta también como compositor con un álbum de 36 canciones, divididos en 6 libros con acompañamiento de guitarra o piano, publicados en 1835, además de otras canciones con diferentes títulos. Es posible que, en ese año de 1822, el muy famoso Ferdinando Carulli (1770-1841), uno de los guitarristas más aclamados en el París de entonces, haya visitado el Plata.

A los conciertos organizados por Rabaglio se suceden los que organiza la Sociedad Filarmónica al año siguiente, donde volvemos a encontrar el Dúo de guitarras con forte piano de Carulli, y el 23 de octubre de 1823 un concierto de Esteban Massini, acompañado entre otros por el pequeño Juan Pedro Esnaola (1808-1878). A esto debemos agregar la inauguración, el 1º de octubre de 1822, de la Escuela de Música y Canto que atienden el presbítero José Antonio Picasarri Olózaga (1769-1843) y su sobrino Juan Pedro Esnaola, donde el primero: “...se propone dar por sí mismo lecciones de canto y piano, y proporcionar maestros a los que, después de posesionados en los principios de la música, quiera dedicarse a otros instrumentos”, según dice el anuncio publicado en El Argos del 18 de septiembre de 1822. Sin duda, una intensa actividad musical y artística es la que se empieza a desarrollar en Buenos Aires. No es casual que así suceda. Detrás de esto está la acción de gobierno, inteligente y progresista, de Bernardino Rivadavia, que desde el Ministerio de Gobierno que le confiara Martín Rodríguez (1771-1845), está impulsando una política de reformas y acción cultural de gran importancia. Política que continuará cuando en 1826 asuma como primer Presidente de las Provincias Unidas del Rio de la Plata. La vida social en la ciudad tiene en las reuniones de salón a una de las manifestaciones culturales principales. En las casas de familia se reúnen señoritas y señoras, caballeros maduros y jóvenes en tertulias donde entre la música de un pianoforte, una guitarra, el canto, se conversa amablemente, se baila el minuet, la contradanza, el vals. Entre los jóvenes se comentan las ideas que llegan de Europa, particularmente de aquella Francia revolucionaria. Enciclopedismo, librepensadores, racionalistas, sansimonianos, el naturalismo de Rousseau, son algunas de las posiciones que se discuten y brindan tema alrededor de los cuales giran las conversaciones, para espanto de algún nostálgico del tranquilo pasado colonial, cuando lo único admitido, permitido y reconocido era lo que decía la monarquía española. Paradójicamente, fue durante el reinado de Carlos III que estas nuevas ideologías se abren curso en las colonias americanas, con la influencia del conde de Floridablanca y esa concepción política que fue el “despotismo ilustrado”. Algunos de estos salones fueron famosos, como el de María Josepha Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velasco y Trillo, más conocida como Mariquita Sánchez (1786-1868) casada con Martin Jacobo José Thompson (1777-1819), donde se cantó por primera vez el Himno Nacional Argentino, o el de Marcos Sastre, donde se reunían Pueyrredón, Albarellos, Wilde y otros, planteando en sus reuniones por primera vez la necesidad de dar a la música un contenido nacional.

Entre los jóvenes participantes de esas reuniones hay quienes van a París a estudiar, como Esteban Echeverría y a completar su formación, abrevando en las nuevas ideas que allí fermentan. Corre el año de 1830, Rosas ha tomado el gobierno de Buenos Aires con plenos poderes; de las Provincias Unidas del Sur poco es lo que quedan de unidas, debatiéndose en la convulsión de guerras montoneras entre caudillos que defienden los intereses de sus feudos. En ese momento de chuzas y lanzas llega, después de haber pasado cinco fructíferos años en París, el joven Echeverría. En su mente bullen las ideas socialistas de Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon, frecuentemente nombrado como Henri de Saint-Simon (1760-1825), y en ese ambiente hostil a cualquier forma de pensamiento escribe y publica sus primeros poemas, primero en periódicos, y luego en 1832 su primera obra importante: Elvira o la Novia del Plata, que significa la irrupción del Romanticismo en las letras sudamericanas. Luego vendrá su primer libro de poemas: Los Consuelos. en 1834.

Su discípulo y amigo, Juan María Gutiérrez nos da un testimonio elocuente y valioso en el prólogo que le escribe a la edición del Dogma Socialista de su maestro, acerca de aquellos años pasados en París. Por su belleza literaria, donde es fácil reconocer su inclinación romántica, y su valor histórico, transcribimos esos párrafos relacionados con el tema que nos ocupa: “Fácil es imaginar que esa sombra que entristece el espíritu del expatriado y le llama nostalgia, debía interponer de cuando en cuando su desaliento entre los ojos enternecidos y el libro de nuestro estudiante, especialmente en esas largas horas de nieve de invierno europeo en las cuales hasta la llama del hogar habla de la melancolía y despierta el deseo de gozar del sol. Pero en esos momentos, un amor concebido en la patria, una predilección nacida con él y convertida en hada benéfica llegaba a disipar aquella sombra o a colorearla con los tintes azules del cielo ausente. Esa hechicera era su guitarra, su ‘fiel compañera’, la que según sus propias expresiones alejaba con sus sonidos las fieras que le devoraban el pecho. Sin duda esa guitarra había sido llevada muchas veces como un delito, bajo la capa del hijo del Alto y sonado acompañando el cielito en los bailes equívocos y ultrafamiliares de los suburbios del Sud en la primera juventud de nuestro poeta. Pero esa guitarra de pacotilla, de cuerdas y bordonas compradas al menudeo en la esquina de ‘Almandos’ o en el almacén de ‘Losano’, había pasado a ser una vihuela de las fábricas de Sevilla o Cádiz, un verdadero instrumento gobernado por manos adiestradas bajo la dirección de profesores afamados. Echeverría se preciaba de pertenecer a la escuela del maestro José Fernando Macario Sors (1778-1839), y de interpretar con inteligencia la más sabia de Dionisio Tomás Ventura Aguado y García (1784-1849), escrita especialmente para el diapasón de la vihuela. Pero más que al gusto ajeno debía al suyo propio y a la delicadeza de sus sentidos, el encanto con que pulsaba aquel instrumento que pocas personas le vieron en la mano, porque la reservaba exclusivamente para su propia alma. Los que hemos oído los arpegios que brotaban de sus dedos al recorrer las cuerdas de su guitarra, podemos comprender cómo ese instrumento era a la vez su consuelo, su inspirador y el consejero de esa vaga y ondulante armonía melancólica que sombrea la mayor parte de las poesías fugitivas de Echeverría”. Si bien había estudiado con los mejores maestros, como Sor y Aguado, no existen mayores referencias sobre su posible actividad con la guitarra en el Plata. El mismo Gutiérrez nos dice que pocas son las personas que pudieron escucharle, de manera que muy escasa fue la influencia que pudo haber ejercido en su medio. Limitándose a tocar en su intimidad, no dejando ninguna creación musical propia, y contando solamente con el comentario de nuestro cronista Gutiérrez, concluimos que ella no pasó de una afición personal, sin dejar huellas de su paso, con una introversión que es de lamentar. No olvidemos como dice Ricardo Muñoz, el mismísimo general José Francisco de San Martín y Matorras (1778-1850) fue discípulo de Sor, ya que ambos estuvieron en España desde 1786 hasta 1811, cabe por lo tanto la posibilidad de tal relación, ningún otro autor nos dice algo de esto16. Si se sabe que el General tocaba música de Sor, entre ellos el estudio “la gota de agua” (Estudio en Si menor Op. 35 n. 22).

Amigo personal de Echeverría fue Nicanor Albarellos. Como él, se dirige a París y allí aprende los secretos de las escuelas de los grandes maestros de la guitarra. A su regreso comparte el ejercicio de su profesión con su afición a la guitarra, animando las tertulias y participando con su amigo de esas fraternales reuniones entre charlas y discusiones políticas, estéticas y literarias. Pero son años duros para los intelectuales progresistas. La reacción feudal encarnada por el “Restaurador” Rosas es enemiga del ideario burgués revolucionario17. Ideas que habían conducido ese salto histórico de la Revolución de Mayo. La actividad de las tertulias, de los salones literarios, son perturbadas por la policía. Para los jóvenes pensadores se hace peligroso vivir en Buenos Aires, y toman el camino del exilio. No demasiado lejos, ya que hay que hacer frente a la reacción. Hay que seguir luchando para su derrota que, aunque Echeverría no podrá verlo, finalmente se producirá con la estrepitosa caída del régimen rosista un año después de su muerte.

Y así, los dos amigos cruzan el Río de la Plata, radicándose en Uruguay, primero en Colonia y después en Montevideo. Echeverría escribe en esta época un extenso poema que titula precisamente La Guitarra. El 25 de febrero de 1842 se realizó un concierto en Montevideo donde se presenta Nicanor Albarellos como el Dr. Albarellos, colaborando “como proscripto argentino”. Toca allí dos obras propias, unas Variaciones de fandango y Variaciones de cielito para guitarra con acompañamiento de orquesta. Ninguna de estas partituras ha llegado a nuestros días. De regreso de su exilio, una vez que en Buenos Aires ha cambiado el clima político, reabre en su casa de Olivos, conocida como la Quinta de Castro, la actividad de un salón artístico, famoso por ser la guitarra y el canto los centros de interés. Allí, este hombre de gran estatura y rengo al caminar por ello su sobrenombre “el rengo Albarellos”, le enseñará muchos de los aires populares a Francisco Hargreaves (1849-1900); también allí, el ilustre músico y guitarrista uruguayo Fernando Cruz Cordero dará a conocer algunas de sus obras.

Francisco Hargreaves, nacido en Buenos Aires, es el iniciador de la escuela nacionalista de composición que se desarrollará en la generación siguiente a la suya. Siendo de origen familiar extranjero, sus padres eran norteamericanos, se dedica a aprender y aprehender los ritmos y melodías populares folclóricos para volcarlos en su obra pianística, orquestal y vocal. Nicanor Albarellos le sirve de guía en ese aprendizaje de lo autóctono, que, unido a una formación académica sólida, realizada en Italia, donde compuso e hizo estrenar su primer trabajo de importancia, la opereta en un acto La Gatta Bianca, confluyen para definirlo como el primer compositor argentino que, sobre un basamento técnico consistente, incorpora lo popular-nacional a su lenguaje musical. La guitarra es apenas rozada en su catálogo de obras, con solamente una pieza que le dedica, la habanera La Chinita, de 1879. Es curioso que no haya compuesto más para este instrumento, desde el cual escuchaba esos aires que después mimetizaba en su música, pero esa será una constante, por demás sugestiva, en todos los compositores “nacionalistas” que le siguen. Esta divergencia entre el compositor profesional y el instrumento de mayor difusión popular, que por otra parte caracteriza a la música folclórica sudamericana, y de la cual toman su inspiración aquéllos, se mantiene durante largo tiempo.

Para la musicóloga Pola Suárez Urtubey (1931-2021), Albarellos pertenece a los precursores, en la Etapa Inaugural, junto a Juan Crisóstomo Lafinur (1797-1824), Roque Rivero (1802-1837), Amancio Jacinto del Corazón de Jesús Alcorta (1805-1862), Salustiano Zavalía (1808-1874), Juan Pedro Esnaola, Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y Remigio Navarro (1795-¿?)18.

José Antonio Wilde (1813-1885), al hablar de los cultores de la música en la época de Rosas, señala que “Entre los aficionados que más bien merecían el nombre de profesores, se distinguían por su habilidad el Doctor Cordero (abogado) y el Doctor Albarellos (médico), cuya ejecución y gusto en la guitarra eran admirables”19.

Lauro Ayestarán por su parte afirma que “Fernando Cruz Cordero, oriental de nacimiento y el poeta argentino Esteban Echeverría” juntamente con Nicanor Albarellos sentaron “las bases de la guitarra artística en Montevideo”, lo cual lleva a pensar que actuó en la misma época que Echeverría y Albarellos, ambos exiliados en la capital oriental20.

Cedar Viglietti dice que alrededor de 1840 Albarellos emigra a Montevideo por razones políticas, ya aplaudido en escenarios porteños como gran guitarrista. Fue además un ferviente propulsor de este instrumento; “es fama –escribía un biógrafo suyo– que en su lujosa mansión recibía a todo aficionado a la guitarra, sin distinción de categoría social”21. Y aquí tocará, en 1842, nada menos que unas “Variaciones de Fandango” para guitarra, y “Unas Variaciones de Cielo para guitarra con acompañamiento de orquesta,” de las cuales él mismo es el autor.

Ya de regreso a Argentina, organizó varios conciertos, destacándose su intervención en uno de ellos, en 1882, que se realizó a beneficio del famoso guitarrista y compositor Juan Alais (1844-1914).

Entre 1840 a 1850 parecería ocurrir algo así como el apogeo aristocrático (en la mejor acepción de la palabra) de la guitarra rioplatense: Juan Bautista Alberdi –autor de un método para aprender guitarra por cifra-, aquel gran poeta argentino Esteban Echeverría alumno de Esteban Massini e intérprete de Fernando Sor y de Dionisio Aguado, desterrado por Rosas y muerto en Montevideo en 1851; Nicanor Albarellos, también alumno de Massini, Fernando Cruz Cordero, parecen pues, estar echando las bases de la guitarra culta en el Plata. Obra que continuarán los españoles Gaspar Sagreras (1838-1901), Carlos García Tolsa (1858-1905) discípulo de Julián Arcas (1832-1882), Antonio Giménez Manjón (1866-1919), Domingo Prat (1886-1944), juntamente con Juan Alais.

Alguna de las obras de Albarellos que ha llegado a nuestros días corresponde a una publicación llamada Boletín Musical que apareció entre agosto y diciembre de 1837 editada por Gregorio Ibarra, propietario de la Litografía Argentina, en donde se imprimieron partituras de música y artículos relacionados. No hace mucho se editó un disco, grabado en el Museo Histórico Nacional con el piano que perteneció a Mariquita Sánchez de Thompson y una guitarra española de 1829, en donde aparecen las obras publicadas en los 16 números del Boletín. En este disco se ejecuta el “Vals en sol mayor” para guitarra de Nicanor Albarellos22. Se puede escuchar una canción de Nicanor Albarellos ejecutada con una Guitarra Romántica Bonnel, fabricada en Mirecourt, Francia, en 1820, e interpretada por el guitarrista Gabriel Schebor23.

Albarellos es considerado como uno de los iniciadores del nacionalismo musical que abrió camino a Alberto Williams (1862-1952) y a Julián Aguirre (1868-1924), entre otros compositores argentinos que le siguieron. Sus obras son de ejecución accesible y de sencillos recursos compositivos.

Existe una Avenida Nicanor Albarellos en Villa Pueyrredón; y una calle que recuerda su nombre en Martínez y una en Banfield, Provincia de Buenos Aires. Existe también pequeño pueblo cerca de Rosario con su nombre24.

Albarellos y la Masonería

Como gran parte de los integrantes de las generaciones del ’37 y del ‘80, Nicanor Albarellos perteneció a la Masonería donde ocupó importantes cargos25,26.

Ingresó a la misma de 1857, cuando se efectuó la reunión de siete logias en la Gran Logia de la Argentina, bajo la dirección de José Roque Pérez (1815-1871), Gran Maestre, con Nicanor Albarellos como Gran Vigilante. En 1859 milita en la Logia Consuelo del Infortunio, de la cual es Venerable Maestro, siendo pro Gran Maestre en 1867. Alcanza el Gran Maestrazgo de la Gran Logia Argentina en dos oportunidades: desde 1870 hasta 1875 y de 1876 a 1877. Precede en este cargo a Vicente Fidel López (1815-1903), Leandro N. Alem (1842-1896), Sarmiento y Mitre, entre otros. Albarellos alcanzó el grado 33, máxima jerarquía de la Masonería y ocupó el cargo de Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo del Grado 33 desde 1870 hasta 187825.

En relación con esta pertenencia a la masonería se encuentra la presencia de Albarellos en la Fundación del Club del Progreso junto con cincuenta y seis vecinos convocados por Diego de Alvear (1825-1887) (quien fuera el vendedor de las tierras al Banco Provincia de Buenos Aires y luego esta Institución al Hospítal Británico en su localización actual) en marzo de 1852, a los pocos días de la Batalla de Caseros, con el objeto de promover la unión nacional luego de las diferencias habidas durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Su primer presidente fue José Roque Pérez, a quien siguió Nicanor Albarellos. El club se hizo famoso por sus integrantes y los bailes y tertulias que se realizaban en su ámbito. Se había contratado a un muy buen cocinero francés y los socios se podían ejercitar en el juego del billar. La institución funcionaba en el Palacio Muñoa, de Perú y Victoria.

Lucio Vicente López (1848-1894), lo inmortalizó en su obra La Gran Aldea y Leandro N. Alem decidió quitarse la vida a sus puertas. Del Club surgió el proyecto de Bolsa Mercantil, y allí se creó asimismo una brillante sociedad filarmónica. En sus salones comienza la práctica del juego del ajedrez en nuestro país, siendo Nicanor Albarellos uno de los jugadores más destacados, junto a Francisco Balbín, Agustín Drago, Juan Carlos Gómez y José B. Sala. La quinta de Albarellos fue también punto de reunión de los aficionados como así las residencias de Bartolomé Mitre y Juan Andrés Gelly y Obes (1815-1904)26.

Comenzó como lugarteniente adjunto. Médico de renombre, fue diputado y senador nacional; iniciado en la Orden Masónica en 1856 fue uno de los fundadores de la “Logia Consuelo del Infortunio No 3”; incansable miembro del Supremo Consejo, en 1870 llegó a Soberano Gran Comendador. Empero, la retirada de su mandato a través de una reforma constitucional parece haber sido el detonante del cisma de 1876 (Circulo de Urien), y al obtenerse la unidad en 1878 desaparece como miembro del Cuerpo y muere en 1891.

Albarellos y sus amigos

Nicanor Albarellos fue hombre de nutrida actividad social y de amistades sólidas. Entre sus amigos dilectos figuraron José Roque Pérez, Diego de Alvear, Vicente Fidel López, Pedro Mallo, Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, Pedro A. Pardo, Teodoro Álvarez y Francisco Javier Muñiz. Pero sus grandes amigos fueron Santiago Calzadilla y Prilidiano Pueyrredón. Con ambos estaba emparentado. Santiago Calzadilla, cuyo nombre completo es Santiago Álvaro Calzadilla González, nació en Buenos Aires en 1806. Su padre fue Santiago Calzadilla, porteño nacido en 1783 y fallecido cien años más tarde en 1883, fue funcionario de Aduanas durante el gobierno de Rosas y Presidente del Club del Progreso. Su madre, también nacida en Buenos Aires en 1787, Manuela Victoria Gómez Vidal, falleció en 1875, a los 88 años, en la misma ciudad Santiago hijo, fue militar y actuó como tal en Ecuador, en 1841, en Perú en 1847 y en el Fortín Nueva Roma, cerca de Bahía Blanca. Se retiró del ejército con el grado de teniente coronel. Fue también agregado militar en Bélgica. Colaboró con algunos diarios y fue el primer crítico musical que tuvo la ciudad de Buenos Aires. Asimismo, era un muy apreciado pianista. Casó con Elvira Lavalleja, hija del general y hermana de Avelina, la mujer de Nicanor Albarellos, de quien era concuñado. En 1856, los esposos Calzadilla mandaron a construir una casa veraniega en el Tigre. La construcción era sólida, de anchas paredes con detalles de lujo poco frecuentes para la época. En esta casa su gran amigo Prilidiano Pueyrredón, ejecutó su retrato y el de su esposa. Calzadilla de 53 años aparece en una pose cómoda. El retrato, de notable factura se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes, junto al de su esposa y está considerado como una de las obras maestras de Pueyrredón. La casa fue adquirida luego por Adolfo Saldías, por lo que se la llamó Villa Saldías. Hace poco tiempo recuperó su antiguo nombre de Quinta Calzadilla y se encuentra en muy buenas condiciones en la calle Liniers 723, de Tigre. En esta quinta Calzadilla pasó sus últimos años. Su mujer había muerto en 1888 a los 54 años y él la siguió en 1896, a los 90 años.

En 1890 su amigo Adolfo Saldías publicó algunos artículos de Calzadilla en el diario La Nación. En ellos se recordaba a la antigua ciudad de Buenos Aires en su etapa de gran aldea. Las notas fueron muy bien recibidas por los lectores, lo que determinó su publicación en forma de libro con el título Las beldades de mi tiempo, escrito con gracia, fiel documento de una época desaparecida y testimonio de un testigo privilegiado con gran lucidez y memoria a pesar de sus 85 años. Hay una calle que recuerda su nombre.

Prilidiano Pueyrredón, además de amigo, era primo hermano de Nicanor Albarellos27,28. Su padre, Juan Martín de Pueyrredón casó a los 46 años con María Calixta Tellechea y Caviedes, de 15 años. La boda fue criticada no solo por la diferencia de edades sino por otro hecho lamentable: Pueyrredón, siendo miembro del Segundo Triunvirato fue el que ordenó el fusilamiento del padre de María Calixta, involucrado con Álzaga en su fallida contrarrevolución. A los ocho años del casamiento nace el único hijo de la pareja, Prilidiano, el 24 de enero de 1823, cuando su padre ya se había retirado de la política, en 1819, con lo que tenía para ese entonces 54 años, y su madre 23. En 1835, en relación con la atmósfera rosista que resultaba incómoda para la familia, viajan a Europa donde Juan Martín había pasado su infancia.

Viven en París durante el ciclo lectivo y alternativamente en Cádiz, donde tienen negocios de importación de cueros. Prilidiano se gradúa de Ingeniero en el Instituto Politécnico de París, al igual que Charles Henri Pellegrini (1800-1875), y comienza al mismo tiempo su aprendizaje de la pintura. En la Ciudad Luz tiene la oportunidad de compartir el tiempo con su primo Nicanor, llegado para estudiar Medicina. En 1841 la familia se traslada a Río de Janeiro, pero vuelven a Francia en 1844 para retornar a Buenos Aires en 1849. En esta época Prilidiano realiza el retrato de su padre que muere al poco tiempo, en el mes de marzo de 1850. En esos momentos los Pueyrredón vivían en la quinta de San Isidro, en un edificio que es en la actualidad museo y que pertenecía a la familia.

En 1851 recibe el encargo de mayor trascendencia: un retrato de Manuelita Rosas. Lo debe realizar según los cánones de la época, con una comisión que indica las características que debía poseer el cuadro, compuesta por Juan Nepomucena Terrero, Luis Dorrego y Gervasio Ortiz de Rozas, hermano menor de Juan Manuel.

Este cuadro, que se conserva en el Museo Nacional de Bellas Artes, es su obra maestra y retrata a Manuelita de 34 años. Prilidiano tenía 27, y conocía a su modelo desde la infancia. Este mismo año decide retornar a Europa con su madre y se instalan en Cádiz. Antes de viajar deja los planos para la quinta de su gran amigo Miguel de Azcuénaga, situada en Olivos y que hoy es la Quinta Presidencial, luego de algunos cambios.

En Cádiz, Prilidiano Pueyrredón mantiene una relación con la joven Alejandra Heredia de la cual nace la niña María Magdalena Urbana en 1853. En 1854 vuelve a Buenos Aires sin su madre, que retornará a los pocos meses. Desde el barco escribe a Alejandra Heredia y hay correspondencia con ella también en 1857. Prilidiano permanecerá en Buenos Aires hasta su muerte; habitará la quinta “Santa Calixta” o de las Cinco Esquinas, en Libertad y Juncal y mantendrá un estudio en Piedad y Reconquista, viejo domicilio de la familia. Se ocupa asimismo de un campo en Baradero. Tenía sobrepeso y padecía de diabetes, enfermedad para la cual no había tratamiento eficaz. Presentó como complicaciones la retinopatía y muy probablemente la neuropatía y la arteriopatía periféricas ya que en sus últimos tiempos estaba impedido de caminar.

Su producción se puede clasificar en retratos, paisajes y desnudos. Fue un experto retratista con influencia de Ingres. Su estilo fluctuó entre lo neoclásico y lo romántico. Sus retratos principales son los de Manuelita Rosas (1851), Santiago Calzadilla (1859), Miguel de Azcuénaga (1864) y el de su padre tomado muy poco antes de morir (1849). Es notable que no haya retratado a su primo Nicanor Albarellos, de quien se conservan sólo daguerrotipos y fotografías.

Los paisajes son los del campo porteño y reflejan con naturalidad las costumbres de la época. En cuanto a sus desnudos, fueron varios, pero se conservan muy pocos, los más conocidos: “La Siesta” y “El Baño”, de 1865. La modelo era su empleada y amante que llevaba el apodo de “La mulata” y cuyo nombre era Romualda Lisboa de Cané.

Pueyrredón era un hombre de costumbres licenciosas al que le gustaba gozar de la vida y sus placeres. Con Albarellos y Calzadilla constituían un trío de personas con conductas muy libres. Con hábitos adquiridos en Europa. Prilidiano permaneció soltero y también fue masón como sus amigos. Sus desnudos son los primeros que aparecen en la pintura argentina y no estaban dedicados a la exposición pública, sino que circulaban entre sus parientes Calzadilla y Albarellos, para deleite propio. La desnudez de sus cuadros tiene un realismo fuerte y un erotismo directo. Se supone que había pintado más con los mismos temas y que fueron destruidos por su familia luego de su muerte. En parte por estos cuadros y por las características de su vida y sus hábitos, su prestigio decayó en los últimos años de su vida. José León Pagano (1875-1964) lo rescató del olvido al valorizar su obra pictórica ya entrado el siglo XX.

Albarellos, Calzadilla y Prilidiano, representantes de la juventud dorada de la Generación del ‘37 quedan en nuestro pasado, como personajes de un Buenos Aires que ha desaparecido por completo.

Para finalizar, queríamos dejar una sentencia de nuestro insigne estadista Bernardino Rivadavia quien fuera Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata (actual Argentina), entre el 8 de febrero de 1826 y el 7 de julio de 1827. Él decía “perpetuar la memoria de los hombres recomendables es hacer justicia a sus méritos y estimular a los demás a que imiten su ejemplo”. Es lo que quisimos hacer con el Dr. Albarellos.

Agradecimiento:

A Pola Suárez Urtubey, quien revisara parte del manuscrito en el año 2019.

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Autores

Pablo Young
Cátedra de Historia de la Medicina, Pontificia Universidad Católica Argentina. Sociedad Argentina de Historia de la Medicina.
Sergio C Verbanaz
Cátedra de Historia de la Medicina, Pontificia Universidad Católica Argentina. Sociedad Argentina de Historia de la Medicina.
Irma Costanzo
Guitarrista.
Manuel L Martí
Académico de la Academia Nacional de Medicina.

Autor correspondencia

Pablo Young
Cátedra de Historia de la Medicina, Pontificia Universidad Católica Argentina. Sociedad Argentina de Historia de la Medicina.

Correo electrónico: pabloyoung2003@yahoo.com.ar

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Nicanor Albarellos (1810-1891). Médico, historiador, guitarrista, político y masón

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Revista Fronteras en Medicina, Volumen Año 2024 Num 04

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Auspicios

Revista Fronteras en Medicina
Número 04 | Volumen 19 | Año 2024

Titulo
Nicanor Albarellos (1810-1891). Médico, historiador, guitarrista, político y masón

Autores
Pablo Young, Sergio C Verbanaz, Irma Costanzo, Manuel L Martí

Publicación
Revista Fronteras en Medicina

Editor
Hospital Británico de Buenos Aires

Fecha de publicación
2024-12-31

Registro de propiedad intelectual
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